martes, diciembre 04, 2007

Testimonios de la guerra civil.-Taller Literario Guareña


MEMORIAS DE LA GUERRA CIVIL EN GUAREÑA


El día que entraron las tropas en el pueblo se formaron dos frentes de resistencia, uno en la estación de Guareña y otro en la iglesia, que recibió un cañonazo en la torre, hasta que los vencidos se retiraron. Restablecida una relativa calma, las tropas revisaron el pueblo y obligaban a los vecinos a que abrieran las puertas de las casa de par en par. De esta manera elegían los lugares donde establecer los distintos cuarteles y destacamentos para tomar las posiciones adecuadas y restablecer el orden, en el pueblo y alrededores y asegurar la zona con respecto a los distintos frentes, de primera línea, que había tanto en Badajoz como en la parte de Villanueva y Zafra.
Empieza la convivencia entre las tropas. En el pueblo, hubo un destacamento de moros, que pasaban las noches en los corrales y allí realizaban sus actividades de higiene. En cuanto sentían la llegada del dueño, saltaban por las paredes ya que estas eran de poca altitud. Se establecieron también caballería e infantería, se empezaron a dictar normas, una de ellas era que requisaban los enseres, productos y demás materiales que les hacían falta, así como personas, por realizar estoa servicios les daban vales con los que obtener tabaco, vino carne o pan.
El muchacho fue requisado junto con el carro y las mulas durante 21 días, siete por cada miembro varón de la familia, el padre, el tío y el hermano. Una de tantas faenas a la que le enviaron era llevar el rancho a los grupos de tropas que estaban a las afuera. Una de la veces le cargaron de ollas grandes de garbanzos y de huevos frito, en el camino metió el carro en un charco y volvo, como pudieron metieron la comida en las ollas y así se personaron en el puesto. Otra de las tareas era la de suministro de leña para las cocinas paja para las bestias.
A los muchachos les vestían de flecha, les daban un fusil de madera e iban con grupos de saldados de casa en casa para los requisamientos.
Una mañana el joven de 12 años, acompañado de su hermanos de 10, se dirigían a una finca del padre para realizar las labores encomendadas. Llegada la hora de comer fue a llenar el botijo en un pozo que había cerca, en el horizonte diviso un grupo de 7 u 8 jinetes que se acercaban con mantas y el fusil en los brazos, eran los llamados maquis, huidos que se escondían en las sierras cercanas. El joven sabía que su presencia hacia peligrar la tranquilidad del pueblo y tras una loma se echo al suelo hasta que pasaron. Se levanto, recogió a su hermano, lo monto en la mula y al trote se dirigió al puesto de vigilancia más cercano para comunicar lo que había visto. Ese día eran los moros los que vigilaban. Como pudo se hizo entender, al principio no le creyeron y le preguntaban si iban con el fusil a la espalda o en el regazo, hasta que decidieron echar una ojeada, pero se llevaron al joven con él mientras su hermano quedaba llorando. Divisaron el grupo de maquis cuando entraban en una alameda, se inicio un tiroteo hasta el anochecer, en que fueron capturados unos muertos otros y el resto huidos. Bien entrada la noche volvieron al pueblo al que había llegado la noticia de la refriega de la alameda. La familia del muchacho llevada horas buscándolos y con preocupación. Al día siguiente el comandante mando llamar al muchacho y ante la tropa formada elogio la serenidad y el buen hacer del niño al tratar de mantener la relativa tranquilidad del pueblo.
Poco después en una visita que realizó la familia a Santa Amalia se vieron en medio de un tiroteo. Era de lo más común verse de pronto en una refriega.






MEMORIAS DE UN NIÑO EN LA GUERRA


Tenía once años cuando empezaron a sonar los disparos en mi pueblo. Entraron las tropas leales a la República al grito de: "¡Viva Rusia y muera España!". Más tarde entraron los nacionales y se dirigieron a la casa de mi padre. Un teniente tenía una deuda con mi padre, y quería liquidar la deuda, liquidando a mi padre, diciendo que era rojo. Pero el capitán se interpuso y fue el que salvó la vida de mi padre. Lo que más recuerdo de aquel verano del 36 son los desayunos de café y las comidas de arroz con bacalao en pleno mes de Agosto, con 30 y 40 grados, con un calor asfixiante, por todo.
Siempre recordaré al requeté que mataron de un tiro en la barriga, y a mí me pasó la bala silbando al lado, ya que estábamos en la plaza viendo cómo se desarrollaba la contienda. Se hicieron barbaridades en los dos bandos. Siempre que se podía se intentaba la venganza. Incluso gente que salía del hospital dos y hasta tres veces para liquidar cuentas y venganzas pendientes. Como la de una chica que era novia de un rojo, y a éste le hicieron desaparecer, para luego quedarse con su novia, una persona a la que no correspondía esta mujer, que se apoyó en la entrada de los nacionales para hacerse con la muchacha que deseaba, algo de lo más mezquino y ruin para conquistar a alguien. También recuerdo como mataron a un médico conocido mío, y como llegó hasta la Iglesia tambaleándose para allí quedarse tirado y morir. Siempre recordaré como corría la sangre por la calle de las Cuatro Esquinas cuesta abajo, sangre mezclada de odio, venganza y rabia.
Hoy casi setenta años después de todo esto, la persona que me contó tal historia, sólo espera igual que la mayoría de la gente que conozco, que no se vuelvan a repetir tales sucesos, y que vivamos en paz y en plena armonía todos juntos. Y yo, a punto de cumplir veinticuatro años, no comprendo todavía muy bien cómo pudo llegar a ocurrir toda aquella desgraciada guerra entre hermanos, primos y amigos. Y sólo espero que nunca se repita, ni creo que se vaya a repetir en el marco democrático que gozamos y en el que nos encontramos, que es el que tenemos que mantener, recordando nuestra historia más que nada para que sepamos que pasó, sin alimentar odios ni revanchismos.


RECUERDOS


Las penas de la perdida
son las que peor se mitigan
si las causó la guerra
nunca se olvidan.
¿ Por qué vinieron a por él,
a quién yo más quería ?
una mañana ardiente
cuando amanecia.
Barquito en cama de niños
es el amor que nos dejó
a quienes quedó dormidos
sin ver lo que ocurrió.
Llegó el día
angustias ... ¡ lamentos!
las pocas personas
que vemos ... corriendo.
Y allá lejos voceaban,
sangre corriendo,
vestiduras rasgadas
desorden ... silencio.
Si esto nos conmueve
qué sería para mi padre ...
pasaron los días,
tristes noches, pena grande.
Y cómo ocultar nuestro llanto
cuando nos han dicho de él
que como tantos otros
se fue para no volver.


Recuerdos de Vicente, que junto a sus padres y hermanos fue victima del
exilio. Marchó de su pueblo natal, Guareña a la edad de nueve años y fue en el 2003 cuando regresa a visitarnos por primera vez desde entonces.




Vicente mira asomado
con gesto de humildad,
al balcón de su dolor
a la casa de papel.
Una tarde de mayo
con un horizonte de sueños
y una esperanza de amor,
este grillo cantó.
¡ Ay pueblo, que nos echaron
¡ Ay pueblo, que me olvidó!
Una linea de tierra
nos ha separado
y estamos lejos
........................
antes de ser acosados
con el yugo por el cuello,
El Pilar abandonamos:
campo de rastrojos, tierra caliente
su arroyo, sus puentes
y esos perros que saltaban
tapias bajas y barbechos,
cuando el grillo se acercó
recuerdos cenicientos.
¡Ay pueblo, que nos echaron!
¡Ay pueblo, que me olvidó!.
Tenía clara su mirada
suave su voz
contempló nuesta plaza,
la alcaldía, sonrió
con noble y valerosa entusiasmo
y tenía ... corazón.








¡ Ay pueblo, que nos echaron!
¡ Ay pueblo, que me olvido!
con papeles bajo el brazo
Vicente se despidió
Francia, lo llamaba
cuando a golpes de destino
lo acogió.







LA MEMORIA DE NATIVIDAD






La memoria de mi abuela, su recuerdo imborrable, es el mejor legado que puedo ofrecer a mi madre, a mis tías, y tambien a mis hijos ; así me relata Diego la historia de su abuela Natividad, retazos de su corta vida, que se diluyen en aquellos dias de padecimientos, de humillaciones; y su firme convicción de adentrarse en su vida para responder a los comentarios del “ déjalo, muchacho, no merece la pena”, de aquellos que tratan que su memoria quede en el olvido.
Cuando entró la guerra en Guareña, septiembre 36, mi abuela Natividad, casada y con dos niños pequeños, de familia humilde, trabajaba sirviendo para llevar su casa adelante, su hija mayor de siete años se bastaba para atender a los pequeños mientras ella iba a trabajar. En aquellos días, su padre acaba encarcelado, muriendo años después, víctima de las enfermedades que allí se contraían..
Con su padre en la cárcel, la casa de su familia estaba destruida, a merced de los saqueadores, que tomaban las casas abandonadas y hacían motines de guerra. Natividad un día se armó de valor y se acercó hasta allí, al llegar y encontrarse con el saqueo, ella de fuerte carácter y sin pelos en la lengua, se enfrentó a los que allí estaban, les increpó y recriminó fuertemente y con mucha probabilidad fue allí donde firmó su sentencia de muerte.
Semanas más tarde comenzaron las palizas, los viajes a cárceles, y se empezó a prender a mucha gente que subía a unos camiones al anochecer. El destino de aquellos camiones era un lugar llamado el “ cerro de las cabezas”, usados para enterrar a los que subían a esos camiones. Dicen algunos testigos que esos días las luces del pueblo no se encendian y que los vecinos no paseaban por sus calles aunque el calor invitaba a buscar el fresquito de la noche.
Una de las que subió a uno de esos camiones fue mi abuela Natividad,
Después de que esa tarde viniera de por agua para beber. Esperaron a que diera luz y fueron a buscarla, la sacaron de su casa y se la llevaron en uno de esos camiones, para que escarmentara, decían. Cuentan algunos que no murió al primer intento y tuvieron que rematarla. La bala que la remató costaba cinco duros o una arroba de vino, que era el valor que tenía la vida en esos días.
A sus hijos pequeños los llevaron a Falange y la consigna fue que tendrían una madre mejor a partir de ese día. Su hija mayor, de siete años, nunca podrá borrar de su mente aquel día, y trata de pensar que nunca pasaron.
Después de tantos años, sólo algunos de la familia y yo tenemos la certeza de que fue así lo que ocurrió, porque mientras que no aparezcan sus restos, toda la historia de mi abuela queda en algo que es necesario probar. Sólo queda en mi conciencia el firme propósito de contar y recordar su vida, para que no quede en la ignorancia y el olvido.








¡AQUELLA MAÑANA DE SEPTIEMBRE






Cuenta mi padre, que ahora tiene setenta y cuatro años, que aún se acuerda de aquella mañana de mediados de septiembre de 1936, y que es ahora con los años como mejor rememora esos días de la entrada de las fuerzas nacionales en el pueblo, y de los días
de agitación, de miedo y de sufrimiento que siguieron a éstos, y que continuaron en largos meses envueltos en esta guerra fraticida.



Aquella mañana habían salido de casa muy temprano, no se acuerda muy bien por qué, pero iba de la mano de su madre, y le llamó la atención orir grandes voces, un gran bullicio, muchos hombres vestidos de uniforme y cargados con grandes metralletas, que arengaban a todos los que encontraban a su paso; que obligaban a todos los vecinos a abrir de par en par las puertas de sus casas, “que vienen los Rafaeles, abrid todas las puerta” , clamaban. En medio de aquel esruendo de voces la gente salía asustada a las puertas, sin entender lo que realmente ocurría; los hombres de uniforme azul se pararon en una puerta grande, donde u n hombre joven de unos veinte años eataba somado en el dintel de su puerta, él se acercó a saludarlos, y sin darle tiempo a entercambiar palabras, le agarraron y le hicieron dar un paso al frente. El joven obedecio y echó una mirada rápida a su madre y hermanas y después se fue, acompañado de aquellos hombres de uniforme azul cargados con metralletas. Al torcer la esquina de la calle, le encañonaron y le mataron son mediar palabra alguna, y después la arrojaron una manta encima de su cuerpo encogido por el impacto.



Cuenta mi padre, que entonces tenía seis años, que aún se acuerda de aquella temprana mañana de septiembre, de que en el cielo empezaba a haber oscuros nubarrones y que él sintió mucho miedo y sólo se le ocurrió agarrarse fuertemente al mandil de su madre y esconder la cabeza en él.
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Con humildes palabras, las personas que han elaborado estos relatos, sólo queremos transmitirles algunas de las estampas que se vivieron en Guareña durante los días de la Guerra Civil.

No tenemos ninguna intención, sólo hacerles llegar a ustedes algunos recuerdos de quienes fueron testigos y protagonistas de esta página de la historia.











ELABORADO POR :

ANTONIA FÁTIMA ARIAS PRIETO
PABLO GUERRERO CRUZ
EULALIA CORTÉS RETAMAR
FILOMENA ISIDORO GÓMEZ.