sábado, noviembre 04, 2006

RELATO ENCADENADO / CAPÍTULO 1

A dos calles de donde Marina duerme profundamente, con la respiración agitada, Úrsula ya ha cerrado la puerta de su casa con llave. Hoy le toca ir a almacén, a reponer mercancías para su negocio. Coge un carrillo destartalado, el único medio de remolque que tiene desde que el banco le quitó una furgoneta por culpa de ese desgraciado malnacido, (esto último lo añade ella) y comienza el primero de los tres viajes que tiene que hacer para repostar material y poder seguir sentándose en la plaza por las mañanas. Hasta que hagan el colegio nuevo, al menos.
Úrsula pasa seis veces por delante de la casa de Marina todos los lunes. Marina heredó una cuartilla de tierra pedregosa y casi inservible hace 10 años y se hizo una casa, o una mansión, como dice su ex-cuñada. Lo que nadie entendió es por qué decidió hacerse esa casa, llena de escayolas y fuentes de piedra y enredaderas y cenadores y ventanas de reja andaluza, precisamente allí, en el último extremo del último barrizal del pueblo, adonde no llegó el alumbrado público hasta 1981. Ni de dónde sacó una mujer sola, que no había trabajado en toda su vida, ni tenía intención de comenzar a hacerlo a sus años, todo el dinero para construirla. Envidia. Que es que hay mucha.

Cuando Marina comienza a revolverse en al cama y arrugar los ojos, Úrsula ya lleva un rato esperando al recreo de los niños mientras se come las uñas escupiendo a un lado cuando no la ve nadie. Lo primero que hace Marina todos los días es ir a ver a la niña de sus ojos, una orquídea salvaje de Madagascar que tiene en un pequeño invernadero.

Hoy también lo ha hecho, con el café en la mano. Pero se le ha caído la taza.

Al pie del umbral hay un hoyo excavado. Es de su misma altura.

Y la orquídea ha desaparecido.

(Elena)

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